Libros: Por sus perros las conoceréis.
Un libro se adentra en la relación de cinco grandes escritoras y sus perros: ellos fueron su apoyo emocional e, incluso, su inspiración.
A la psicóloga californiana Maureen Adams su perro, un golden retriever, no sólo la ayudó a superar una depresión, sino que la adentró en el sugerente universo de la literatura y los canes. El resultado es Shaggy Muses, un libro que detalla cómo los perros de cinco escritoras excepcionales resultaron decisivos en su desarrollo emocional y, en consecuencia, en su obra. Emily Dickinson, que se pasó casi toda su vida encerrada en la casa paterna, no habría sobrevivido en los últimos años sin la compañía de Carlo, un gran newfoundland, lo mismo que Emily Brontë, acompañada durante años por su terrier irlandés, Grasper. La relación de Elizabeth Barret con su adorado Flush, un cocker spaniel, es todavía más intensa. Lo consideraba su mejor amigo y su mejor compañía, mientras su precaria salud, la obligaba a reposar grandes temporadas en el castillo de su padre dedicada a los clásicos y la poesía. Flush fue secuestrado en Londres y ella no dudó en pagar el rescate. Ante el temor de que volviese a ser raptado, Barret se lo llevó a Florencia, donde el perro pasó sus últimos años de vida. Vida que, por cierto, inmortalizó Virginia Woolf, en Flush, una biografía. Woolf, con su carácter difícil y enfermizo, estuvo toda su vida acompañada por perros. Al igual que Edith Wharton, que tuvo varios chihuahuas, aunque su favorito fue Linky, que murió en 1937 y al que apenas sobrevivió la escritora.
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